lunes, 19 de mayo de 2008

Nathaniel Hawthorne

Nathaniel Hawthorne , Escritor estadounidense



Nació el 4 de julio de 1804, en Salem (Massachussets). Cursó estudios en el Bowdoin College y al acabar se dedicó a la literatura. Al no gozar del reconocimiento del público, intentó destruir todas las copias de su novela Fanshawe (1828), cuya edición costeó. Además escribía artículos y cuentos breves para periódicos. Algunos de estos cuentos se recogieron en Historias dos veces contadas (1837). Cuentan que iba cada día a la biblioteca Athenaeum para investigar y escribir durante unas cuantas horas. En 1839 fue contratado para trabajar como tasador en la Aduana de Boston. Dos años más tarde publicó una serie de apuntes sobre la historia de Nueva Inglaterra, destinada al público infantil, que llevaba como título La silla del abuelo: relatos para los jóvenes (1841). Se une a la sociedad comunal de la Granja Brook, cerca de Boston. Al ser tan duro el trabajo en la granja y no encontrar tiempo para escribir, a los seis meses abandona la comunidad. En 1842 contrae matrimonio con Sophia Amelia Peabody estableciéndose en Concord (Massachussets). Durante los cuatro años siguientes escribió cuentos que, más tarde, fueron publicados bajo el título de Musgos de una vieja rectoría (1846). Entre ellos se encuentran El entierro de Roger Malvin, La hija de Rappacini y El joven Goodman Brown. En 1846, fue supervisor de la Casa de Aduanas de Boston y en 1849 fue despedido, por una reestructuración política. Por entonces ya había comenzado a escribir La letra escarlata (1850), historia sobre una puritana adúltera, Hester Prynne, que, dando muestras de gran lealtad, se niega a revelar el nombre de su amante. Considerada como su obra maestra. En 1850 se radica en Lenox (Massachussets) allí escribió La casa de los siete tejados (1851) y el Libro de las maravillas para chicas y chicos (1852). Durante una corta estancia en West Newton (Massachussets) escribió La estatua de nieve y otros cuentos contados dos veces (1852) y La granja de Blithedale (1852) inspirada en su estancia en la granja Brook. En 1852, regresó a Concord, donde escribió una biografía en compañía de su amigo, el también escritor Franklin Pierce, que llegaría a ser presidente de los Estados Unidos. Tras su elección, recompensó a Hawthorne con el cargo de cónsul en Liverpool. Durante los dos años siguientes, vivió en Italia, tomando anotaciones para El fauno de mármol (1860), obra simbólica. En 1860 regresó a su país. Murió el 19 de mayo de 1864 en Plymouth (New Hampshire) mientras se encontraba de viaje con Pierce, y esta enterrado en Concord.
Publicados póstumamente son sus títulos: Septimius Felton o el elixir de la vida (1872), El romance de Dolliver (1876), El secreto del doctor Grimshawe (1883) y sus Cuadernos americanos (1868), Cuadernos ingleses (1870) y Cuadernos franceses e italianos (1871).


La silla del abuelo: relatos para los jóvenes (1841).


PARTE 1


CAPÍTULO 1


El abuelo había permanecido sentado en su vieja silla durante aquella placentera tarde, mientras que los niños estaban concentrados en sus juegos. En algún momento, cualquiera hubiera pensado que el abuelo estaba dormido, pero cuando sus ojos se cerraban, sus pensamientos volaban con los chiquillos, jugando entre las flores y los arbustos del jardín.

La voz de Laurence se escuchó en toda la casa, tenía un montón de ramas secas que el jardinero había cortado de los árboles frutales, y estaba construyendo una casita para su prima Clara y para él. El abuelo también escuchó la armoniosa voz de Clara, quien quitaba la maleza y regaba su propio jardincito. Él contaba cada paso que Charley daba al conducir lentamente la pesada carretilla a lo largo del camino empedrado. Y a pesar de que el abuelo era viejo y canoso, su corazón todavía latía con júbilo cuando la pequeña Alice entraba correteando y brincando, como una mariposa en la habitación. Ella había convertido a todos los niños en sus compañeros de juego, y ahora el abuelo también era uno de ellos, y no cabe duda, el más feliz de todos.

Finalmente los niños se cansaron de sus juegos. Una larga tarde de verano es como toda una vida para los jóvenes. Los niños entraron juntos en la habitación y se acomodaron alrededor de la gran silla del abuelo. La pequeña Alice, que tenía apenas cinco años, tuvo el privilegio de la más joven, y se encaramó en las rodillas del abuelo. Era encantador contemplar aquella pequeña de cabellos dorados en el regazo de su abuelo y pensar que ambos se regocijaban con las mismas alegrías, a pesar de ser tan diferentes.

"Abuelo," dijo la pequeña Alice, mientras su cabeza yacía en los brazos del abuelo, "estoy muy cansada. Cuéntame una historia que me haga dormir."

"Ese no es el deseo de nadie que cuente una historia", le contestó el abuelo sonriendo. "Su mejor paga la reciben cuando logran mantener su auditorio muy atento y despierto".

"Pero aquí estamos Laurence y Charley y yo," replicó la prima Clara, que era dos veces mayor que la pequeña Alice. "nosotros tres nos mantendremos muy despiertos. Por favor, abuelo, cuéntanos una historia acerca de esta vieja y misteriosa silla"

La silla que ocupaba el abuelo estaba hecha de un roble oscurecido por el pasar de los años, pero que brillaba como la caoba. Era muy grande y pesada, y su espaldar se levantaba por encima de la blanca cabellera del abuelo. Esta parte de la silla había sido curiosamente tallada, y sus grabados representaban flores, follajes, y otras muchas figuras, que los niños siempre miraban maravillados pero sin terminar de comprender su significado. En la parte más alta de la silla, mucho más arriba de la cabeza del abuelo, se distinguía algo parecido a la cabeza de un león, adornada con una melena tan exuberante que sólo le faltaba moverse y rugir.

Los niños habían visto al abuelo sentado en esa silla desde que tenían memoria. Quizás el más pequeño de ellos pensaba con certeza que él y la silla habían venido juntos al mundo. Por aquella época, la moda dictaba que las señoritas adornaran sus costureros y estares con las sillas más antiguas y extrañas que se pudieran encontrar. Según el parecer de Clara, esta silla sería la envidia de todas aquellas mujeres si la hubieran visto. Ella siempre se había preguntado si aquella silla era más vieja que el mismo abuelo, y deseaba con ansias conocer toda su historia.

"Sí, abuelo, háblanos acerca de esta silla," repitió.



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